«Lo personal es político», y en el caso del humor, que puede utilizarse para subvertir el poder o para ratificarlo, esta afirmación cobra más sentido que nunca

Llevamos tanto tiempo contando historias que parece que ya no queden historias por contar. Desde que se realizaran las primeras pinturas rupestres hasta nuestros días, el ser humano ha desarrollado una cualidad que lo diferencia del resto de animales: la capacidad de narrar.

Esta habilidad se ha convertido en una necesidad; sentimos un apremio por comunicar que va más allá de los rasgos sociales que exhiben otras especies animales. Anhelamos las historias, los relatos. Los hemos usado para aprender y para entretenernos desde que el mundo es mundo – o más bien desde que nosotros estamos en él -, y ahora necesitamos discursos, aunque éstos sean siempre los mismos. Un ejemplo de ello es que el Cuento de la lechera, escrito por el fabulista griego Esopo en el siglo VI antes de Cristo, se adaptara en el fabulario hindú Panchatantra (350 a.C) bajo el título La olla rota, o como La lechera, unos dos mil trescientos años después de la publicación original, por el fabulista español Félix Mª de Samaniego.

Fuente: Literatura Universal Bachillerato Ed. Casals

Nuestra necesidad discursiva ha terminado por narrativizar todo lo que nos rodea. Todo es relato. La palabra de moda.

La ideología, manifestada a través de la narrativa, provoca alivio, porque establece un marco conceptual, un significado consensuado: te dice qué pensar, y eso es cómodo. Lo subjetivo es convierte en objetivo.

Farshad Zahedi, doctor en Historia del Cine y profesor en el Departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III.


Tanto es así, que cualquier acontecimiento – social, político, económico, artístico, deportivo – se convierte en objeto de relato (en minúsculas y como narración individual) y dinamita en las redes sociales – el espacio actual para la opinión pública por excelencia – a una velocidad proporcional a su interés o relevancia dentro del Relato (en mayúsculas y como narración colectiva).

Humor y discurso

Una de las formas discursivas que han dado enfoque a nuestras historias es el humor. Las personas del siglo XXI no somos tan distintas a las que vivieron antes de Cristo, o, por lo menos, no en lo que a reírnos se refiere. Más o menos evolucionadas, las bromas que nos hacen gracia son las mismas. Nuestros antepasados utilizaban el Carnaval para satirizar al clero y a la nobleza. Nosotros tenemos los memes: el Papa que se sacude del brazo a una feligresa con bastante mala leche, Rivera sacándose un adoquín del «bolsillo mágico» o Iglesias diciendo «mamadas» en pleno debate. Contenidos que se vuelven virales al momento con el único objetivo de reírnos. La risa sigue funcionando.


El humor siempre ha sido un mecanismo de defensa, una vía de escape y una forma de relacionarnos entre nosotros. La digitalización como parte del proceso de globalización, inscrito dentro en un sistema capitalista que lucha por limar las diferencias comunicativas entre pueblos y sociedades para que se unifiquen nuestros gustos – y, por tanto, sea más fácil comercializar productos y costumbres bajo el principio de «máximo beneficio al mínimo coste» – ha fomentado, además, que el humor se homogeneice. Ya no es necesario conocer los contextos culturales de un chiste para entenderlo. Ni siquiera es necesario hablar la misma lengua para reírnos de lo mismo. Los vídeos, los memes, los contenidos virales, dan la vuelta al mundo y se convierten en tendencia, vengan de donde vengan y vayan a donde vayan. Twitter es el mejor ejemplo de ello.

Tweet de Cassandra Vera (@kira_95). La evolución del humor en la red ejemplificada a través de dos memes referentes a la misma broma: la dificultad de comerse una hamburguesa sin que se salgan los ingredientes.

Así, los memes se han convertido en signos que podemos identificar, como ocurre siempre con el humor – o con cualquier contenido discursivo – en función del contexto. Esto quiere decir que los memes que circulan por la red se mueven en entornos segmentados por edad, red social en que se hacen virales, y factores sociales diversos.

El postestructuralismo propone la deconstrucción como estrategia de lectura. El lenguaje es una forma de expresar mediante signos, y los significados que el lenguaje hace posibles son el resultado de la interacción de una red de relaciones que establecemos de dos maneras: a través de la combinación y la selección, y mediante la semejanza y la diferencia. El lenguaje organiza y construye nuestro sentido de la realidad.

Farshad Zahedi, doctor en Historia del Cine y profesor en el Departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III.

Luego los memes entendidos como un lenguaje (propio de la Web), son comprendidos de forma distinta en función de cada sector. Ya sean compartidos en formato sticker, publicación de Instagram o como retweets, no serán los mismos consumidos por un grupo de jóvenes de veinte años que los que difundan personas de cuarenta en Facebook, porque los significantes utilizados – la fotografía, el vídeo, la palabra – y los significados atribuidos, son distintos. Porque su capacidad para decodificar los códigos de la red son, como su sentido del humor, diferentes.

Esta característica contextual del humor hace que una sociedad, o un sector social, pueda entenderse a través de aquello que le hace gracia. Por ejemplo: la sensación de desasosiego por parte de los nacidos en los años noventa ante un contexto de grave crisis económica y social que los ha alcanzado durante la adolescencia o primera juventud se ha ido traduciendo en un humor negro, pesimista, atestado de memes y recursos humorísticos como la broma twittera «haber si me muero».

Es un humor basado, por ejemplo, en la precariedad, o en la posible ausencia de futuro ante la situación climática, o, finalmente, en la ansiedad que todas estas circunstancias acarrean. Es un relato individual – visión parcial, subjetiva, de un grupo en concreto – que explica muy bien la situación actual, situación que sí forma parte del Relato colectivo.

Meme de @OrdureBizarre0 | Se utiliza un mapa de calor para representar los estados de una persona, y el sujeto con depresión es de color azul. Luego aparece un dibujo animado cantando «I’m blue» de Eiffel 65.

La realidad quebró las expectativas de la tierra prometida por el capitalismo, donde se podía elegir la casa más grande, el coche más lujoso y la ropa más estilosa. Topamos con otra verdad: la del eterno becario, la de la imposibilidad para independizarse, y ni hablar de formar una familia. Y esa frustración se tradujo en un sentido del humor perverso que encuentra su máxima forma de expresión en Twitter desde hace años.

Y ahora: ¿por qué encaja ésto dentro del Relato colectivo? Porque, aunque el hastío sea característico de un sector de la sociedad en concreto, está causado por una circunstancia que nos atañe a todos – crisis social y económica global – y, por tanto, al entenderse como una consecuencia de esta tesitura, sirve para explicarla.

El uso del meme en política

Como decíamos, reírse del poder político no tiene nada de novedoso: ocurre desde que el poder político existe como tal. En la actualidad, las posibilidades de instantaneidad, actualización constante y alcance global de los contenidos que oferta Internet, hacen que la cultura del meme supere las expectativas en lo que a contenidos políticos se refiere.

Cada acontecimiento político va acompañado de su respuesta en redes correspondiente. Los hashatgs dan buena cuenta de ello, pero tampoco son estrictamente necesarios para difundir los contenidos.

El pasado dos de enero, Twitter amanecía ofreciendo «Los memes del apoyo de Teruel Existe» en relación al apoyo de la formación turolense para la investidura de Pedro Sánchez. Durante los debates electorales del 4 de noviembre y del 22 de abril de 2019, ocurrió lo propio.

El proceso de desintermediación que vivimos, en el que la comunicación político-ciudadano ha superado parcialmente el filtro de los medios por la actuación de las redes sociales, implica una mayor participación ciudadana a la hora de generar contenidos políticos; en este caso, contenidos humorísticos.

La labor de contextualizar la situación política satíricamente ya no es exclusiva de viñetistas y humoristas. Un desarrollo de los acontecimientos que debemos a las redes.